Capítulo 19



“Enemiga íntima”

Mientras trataba de domar el carácter, Esmeralda fue aquietando su respirar. Donna, era de esas personas con la particular facultad de apaciguar los espíritus. En cambio a otros los estimulaba, especialmente a los del género masculino…
Los flamígeros deseos de desquitarse de la señorita Dickens, se iban extinguiendo como lo había hecho el mismísimo incendio, aunque nunca faltaba el ascua que podía reencenderse con un chasquido.
Abriendo bien los oídos, escuchó a la esclava. Digería cada palabra emitida, cada señal de su lenguaje corporal, buscando el más mínimo motivo para saltarle encima, a lo araña venenosa, y clavarle la ponzoña.
La mujer no daba pretexto alguno, por más que sí existiesen en la destemplada cabeza de la exclusiva despechada.
Era muy respetuosa, pero más que nada, era cálida. Bien podría haber sido una amiga apreciada. Dada la coyuntura, el tema era de práctica imposible.

-“¿Qué es lo que quieres decirme, eh…?”- Dijo soberbia la joven, desfilando en la cornisa que antecede al odio desmedido. Y continuó preguntándole en tono de orden: -“¿Cómo te dicen…? ¿Debes tener algún nombre, no?”-

-“Me llaman Donna, señorita...”- Respondió enteramente sumisa. Aviesa, había notado los ojos encendidos de su ama. Daba por seguro que lo sabía definitivamente todo y que estaba dispuesta a agredirla de algún modo si le daba cabida. Desde luego que no la provocaría, no era su metier, entonces prosiguió con el discurso: -“Yo quería pedirle perdón por lo sucedido… Usted ya se habrá enterado, me imagino, como debe ser…”- Consideraba que Michael le habría contado. Su enamoramiento por la niña de la casa, era inmenso. Lo que no se permitiría jamás, era mentirle por más que la perdiese.

-“¡¡Sí que lo sé…!! ¡A mí nada se me escapa…! ¡Las cosas que pasan en esta hacienda, incluso las conjuras, cualquiera sea, pasan por mí…!- Amenazó. –“¿¿Estoy siendo clara, verdad…?? ¿Cómo me dijiste que te llamabas…?”- Altanera y tonta argumentó, mostrando estar al control de “El Dorado”. También desoyó cuando la otra mencionaba su gracia, restándole trascendencia.

Pensar que recientemente, hacía unos pocos días nomás, Esmeralda se había percatado de las cuestiones que atañían a la sensualidad más recóndita, más penetrante… y pretendía estar a la altura de todo. Realmente con semejante actitud pueril, resultaba hasta divertida. Tan lejos se hallaba de controlar alguna cosa, ni su humor siquiera podía. Hacía alarde de lo que carecía: el poder de los sabios. Justamente lo que a su contrincante le sobraba. Amén de una marcada templanza e innata inteligencia.
La reproductora sintió ternura por ella. Era una nena jugando a ser la mandona.

-“Me lo imaginaba, señorita Dickens, me lo imaginaba…”- Anticipó compuesta. –“Y mi nombre, mi nombre es Donna, por cierto…”- Se volvió a presentar sin quitar los ojos de las puntas de zapatos de la chica, ahora confundida con una sargento, confiada sólo en sus distinciones regaladas, más no ganadas. –“Por eso le pido disculpas… Usted es la ama y se merece mi deferencia…”- Acabó cabalmente la cautiva, al igual que con los humos de Esmeralda, un tanto esfumados.

–“Estoy segura que usted también está enamorada del esclavo Michael…”- Presupuso con claridad.

La chica no sabía a quién recurrir ante esa respuesta. No tenía idea de dónde meterse. La desmantelaba de palabras, con otras mejor emitidas. Estaba arrepentía por completo de haber asentido a ese breve intercambio. Si seguía allí, se desmoronaría enserio. Había perdido el registro del sinnúmero de equivocaciones durante esa semana.

De ningún modo se mostraría frágil. Acaso era la patrona y se haría obedecer, o por lo menos haría la prueba. Simplemente temía aflojar en su integridad. Se veía que terminaría mal, era un hecho que se sulfuraría. La proximidad de Donna, mucho la embravecía.
Para acabar con un coloquio carente de sentido, se adelantó a la esclava y le recriminó, pese a que el “también” le prendió una alarma.

-“¿Y tú quién eres para arrogarte en salvadora de Michael con esa intervención, dime…?”- Le preguntó sin rodeos. Los celos se la devoraban con triunfal fervor. –“¿Y quién te crees que eres para juzgar si está o no está enamorado de mí…? ¡¡¡CONTESTA!!! ¡¡¡Y NO VUELVAS A DECIRLE ESCLAVO!!!”- Exigió sacada de quicio.

-“¡Lo siento mi ama… no crea que me calcé el sayo de protectora, de ningún forma!- Contestó evasiva, apuntando al sitio a donde se había llevado acabo la trifulca posterior a la quemazón.

En el fondo, sí lo había salvado. Una fiera reprimenda, lo hubiere arrastrado a merecer latigazos. También salvó a la jovenzuela, se salvó a sí misma en el mismo acto.

Después de andar deambulando por su mente en pausa, retrucó con docilidad: -“Pero Michael… es eso, patroncita… un esclavo, lo mismo que yo…”- Recalcando las debidas y reales diferencias existentes.

Las pretensiones de Donna, no eran precisamente andar señalando por donde se daba la grieta social; ella preexistía antes de nacidos los tres.

Su verdadera intensión, era tranquilizarla y reconocer en qué terreno pisaba la jovencita. Al parecer, la veía resuelta en sus posturas, enamoradísima, aunque muy inestable. Algo así como el experimento del científico alunado que, con mucha suerte, no le estalla en la cara su hipotético objetivo vidrioso.

-“¡¡Ya lo sé, no soy ninguna burra!!”- Resaltó. –“¡¡Y tú… eres una atrevida por indicarme de qué maldito lado estoy…!!”- Así comenzó a transitar la dura verdad, que todavía no quería enfrentar la Srta. Dickens. –“Sé que no es de mi propiedad, y que no soy su dueña, por más que mi padre sea el potentado que lo posee… ¡¡LO SÉ Y LO TENGO MUY PRESENTE!!”- Destacó la damita, quebrando su garganta con un estremecimiento que la atragantó.

-“Es bueno que lo entienda así, niña… Y disculpe mi osadía por lo que le diré… ¡¡No se equivoque, tenga calma y fortaleza…!!- Aconsejó reanudando los dichos. -“Usted es la dueña del corazón de Michael, y eso… eso es lo valedero­”- Una satisfecha Donna le avisó, pidiéndole que no lo diera por perdido. Un Amor así, no es de encontrarse fácil, ni volteando cualquier esquina.

-“¿De veras…? ¿Entonces, por qué se acostó contigo…?”- Sondeó anonadada. Después arremetió iracunda: -“¡¡No creo que alguien los haya obligado a hacerlo, ¿no…?!!”- Preguntó con desconfianza. –“¿Y por qué tengo que tener fortaleza, mujer? ¿Todavía hay otras cosas que desconozco…?” Atormentada expresó. Su cara era la de un ternero degollado. –“Es evidente que tú conoces más de él y yo, que yo de ti…-”- Dijo vencida.

-“No lo puedo negar, señorita… Hay cosas que no siempre pueden evitarse, hay que asentir… por varios motivos, tal vez… Por eso me acosté con Michael el domingo a la medianoche, justo al cumplir su mayoría de edad y…”- Desarrollaba la sierva “servida”, remontándose a los hechos transcurridos.
Un grito feroz, le acortó el preámbulo:

-“¡¡¡SILENCIO, NO SIGAS, POR TODOS LOS CIELOS!!! ¡¡¡NO TE ESMERES EN DARME LOS PORMENORES DE ESA CONDENADA NOCHE!!!”-

-“¡¡¡Perdón ama, no quise lastimarla…”- Expresó conmovida ante la reacción de Esmeralda, debiendo retroceder, para que no le cayese arriba. Ya se veía en el suelo, siendo triturada a arañazos y tarascones. Pese al susto, continuó: -“Es necesario que diga lo que le quiero decir, no sea que después sea demasiado tarde…”- Argumentó sibilina, mientras su juvenil señora se retorcía en una turbulenta demostración de acentuado rencor.

-“¡¡Escúcheme señorita, lo que le mencioné es sólo el comienzo, es una parte del cómo vino el que yo intimara con él…!! ¡¡Le suplico que me escuche, sólo por esta vez…!!”- Declaró estoica.

“Piedrecita”, la iracunda, en estado de quietud aparente la escuchó inmóvil. El aire del campo, confluyó hacia ella, vertiéndose en su valentía.

-“¡Bien…habla, dime lo que me tengas que decir y vete, apártate de mí vista!”- Rebuznó sin pestañar, cruzándose de brazos anteponiendo una adarga, maliciando otro embuste semanal.

-“¡¡Si ama, lo haré!!”- Retomando la introducción, llevó a su interlocutora a un viaje sin tocar tierra firme, en las difusas comarcas con las más contrapuestas sensaciones. Y a un periplo variopinto a quien hablaba. Ambas se enfrentarían a nuevos sentimientos y a antiguos evocados. Ni el vuelo de un par de inoportunas libélulas, las interrumpiría hasta finalizar en lo impensado…

-“Hay dos cosas que no podré negarle, ni a usted ni a nadie… Ese noche fui a hacer lo que siempre estuve acostumbrada a “hacer”, desde la primera vez que sangré…”- Anticipó dolida, aunque con comprobado orgullo. -“El ser una reproductora, es mi hoja de vida…“- Se sinceró Donna.

Esa noche, había sido una de las tantas, como a lo largo de la cantidad de años que tenía a bien cumplir con tal función, con esa obligación. A veces –muy pocas- a desgano y otras veces más, muy deseosa, demasiado… De ahí su fama y cantidad de retoños. Le encantaba estar con los hombres, más si eran fuertes e incansables, característica típica de los de su sagrada estirpe morena. Aunque jamás lo había hecho como en esta ocasión. Para ella había sido especial, porque Michael lo era. Desde siempre lo sintió así. Lo había visto crecer y volverse un bello mancebo. Y lo había sentido transformarse en macho, esa trasnoche en su cama, en su más caliente y abisal intimidad.

Lógicamente, eso no sería lo que escucharía Esmeralda. No alcanzaría nunca a revelarle que él y otro caballero misterioso, del que nadie tenía conocimiento –salvo el mismísimo Michael- era con quienes más había gozado en su no tan desperdiciada existencia.

-“¡¡¿Reproductora?!! ¿Qué es eso…? ¿A qué te refieres, mujer?”- Preguntó esperando que le dijera justo lo opuesto a lo que la impactaba.

Donna, la miró alelada. No entendía mucho por qué la muchacha le preguntaba eso. Pero a la corta, supuso que era una reacción espasmódica ante la sacudida dada con su declaración.

-“¡¡Por Dios… se lo que quiere decir reproductora…!!- Dijo como justificación a su aniñada reflexión. –“Sólo comprendo esto cuando se trata de animales, no de personas, ¡¡NO CON HUMANOS!!”- En un hilo de aliento, terminó con una frase que comenzó temeraria y se cascó con ácidas lágrimas.
En el mismo momento, la esclava derramó un suspiro que soportaron sus palmas, evitando el llanto.
Las chicas sufrían de igual modo y distinto.

-“¡¡Dime Donna… quién es el que te manda a hacer estas cosas aberrantes, como si fueran caballos a los que después les quitarán sus potrillos para venderlos al que de más…!!”- Supuso concreta, murmurando implorante.

Pues, no hubo respuesta… Quedaba implícita. –“¿Es mi padre el bárbaro que es capaz de ello…?”- Desengañada demandó después.

-“Si, ama… ¡¡Aunque no debe angustiarse…!! No es el único, todos los dueños de esclavos lo hacen…”- Quiso apaciguar, Donna. –“Al menos aquí en El Dorado, no nos sacan a nuestros pequeños a las que son como yo… Podemos quedarnos con ellos, amarlos y criarlos sanos y vigorosos, para que trabajen en el algodonal y para que algún día sean bendecidos con igual destino…”- Así explicaba, conforme con su predestinación, complacida por un posible privilegiado reproductor.

-“¡¡¡Por Dios, mujer… ¿te conformas con una vida así, en la que te ordenen cuándo debes tener hijos y encima para nosotros?”- Al rematar la oración, Esmeralda vio de cerca las miserables diferencias dadas. También se enfrentó a un horror mayor: -“¡¡Me muero, esto no pude ser así… entonces tengo que comprender y también aprobar que Michael, que Michael… ES UN REPRODUCTOR ELEGIDO POR MI PADRE!!!”- La respuesta fue un “SI” gigantesco.

Curándola de espanto, Donna le contó sin respirar, cómo en gran parte del Sur y en otras fincas, las cosas eran más crueles. La mayor parte de las veces, las esclavas eran obligadas a acostarse con sus señores, saciándoles las ganas, cuando sus esposas no les “cumplían” o se negaban directamente a satisfacer “gustitos”, a veces en extremo desagradables. En “El Dorado”, eso nunca había sucedido.

Otras chicas siervas, sufrían todavía lo peor. Sus patrones se juntan con otros de iguales mañas, y organizan saturnales en donde ellas van y vienen de brazo en brazo… Expuestas a vejámenes varios. Después de usadas, son despreciadas y tiradas, a lo trapo viejo.

Claro, están a mano y no les piden nada a cambio. Eso lo hacen las rameras. Sí les sollozan un mínimo de piedad y de descanso en medio de la fiesta carnal, donde nunca falta la mejor champaña que se pueda adquirir. Y acababan así: emborrachadas, ultrajadas y destilando las orgiásticas simientes de vaya a saber cuántos hombres en guarras madrugadas.
En la gran hacienda de Jackson, eso no pasaba, se encargaría de acentuar siempre la contundente reproductora y conductora de descarnada franqueza.
Mientras tanto la señorita Dickens, tras tal alocución, exhaló penurias postrándose en la hierba, asediada por náuseas que terminaron en llanto.

-“¡¡Me siento apenada de que se haya enterado así, señorita!!”- Lamentó la esclava. –“¿Ya ve por qué le decía que no siempre una puede optar por tal o cual cosa?”- Preguntó sin encontrar respuesta. Simplemente halló los ojos aterrados y lacrimosos de una gringa espantada.

–“Eso sí, le confieso que no fue ningún sacrificio estar… estar con Michael…”- Ensartó, como si se hubiera vengado con ese título de todos los tiranos. Lo que al principio intentó silenciar.

-“¡¡¡CALLA, NO SIGAS, QUE ME DOY CUENTA…!!! ¡¡¡Y CREEME… ENTIENDO QUE NO LO HAYAS PODIDO SORTEAR!!!”- Refutó Esmeralda, montada a una fortaleza bestial que la puso de pie, determinada. –“¡¡No pudiste porque cumples con decisiones en donde no tienes ni voz ni voto… Directamente no te preguntan, lo haces y a otra cosa…!!”- Describió con certeza.

La otra, temblaba ante la visión cierta de la que hasta media hora antes, daba muestras de inane inocencia. El encarar la realidad, era lo que la convertía en mujer y no sólo haber sido desvirgada por el chico amado. El ser mujer, era mucho más. El ser mujer, también implicaba sumo dolor…

Concluyendo con una coherencia inusitada, teñida más de instinto que de racionalidad, fue cuando la muchacha Dickens observó excitada: -“¡¡ADEMAS, ESTIMO QUE NO QUISISTE EVITAR TU MISIÓN ESTA VEZ… NO QUISISTE EVITAR A MICHAEL, FUE A LO ÚNICO QUE TE NEGASTE…!!”- Y siguió: -“¡¡CREEME QUE TAMBIÉN TE ENTIENDO, EN ESTO MÁS QUE EN CUALQUIER COSA, PORQUE ÉL ES INEVITABLE… ÉL, ES UN AMANTE EXCEPCIONAL!!”- Refrendó.

Antes de despedirse ambas chicas, el tema se había agotado en aflicciones y fogosas invocaciones, Donna le advirtió, mejor aún, le regaló una confidencia clave: -“ÉL, LA NOMBRABA MIENTRAS ME HACÍA EL AMOR, COMO SI LA QUE ESTABA DEBAJO DE SU ARREBATO, HUBIERA SIDO USTED Y NO YO…”-

La menor de las queridas, impasible y maravillada respondió: -“¿DE VERAS, DONNA?”- Tampoco hubo respuesta alguna. Quedó sobreentendido.
Después de eso, la mayor exhortó: -“Señorita, por favor, le quiero pedir que no se disguste con su padre… Estoy segura que él la ama como a nadie en el universo”- Musitó estimulando a que la joven ama, no fuera a armar un descalabro por lo develado.

-¡Descuida mujer, sé que si lo hago puede haber represalias para nosotros!- Argumentó tranquilizando a quien no era su antagonista, sino una par. E insinuó: -“¡¡Lo que sí sé es que esto no quedará así…!! ¡¡Haré lo que sea, para que las cosas cambien en El Dorado!! ¡¡No seguirán diciéndonos con quienes o dónde debemos estar!!”- Apreció colocándose en el mismo sitio: el de los débiles.

Si bien no era una de las siervas, prácticamente tenía sus mismos derechos: NINGUNO… “Sólo se bonita y calla” era la consigna, además de rica e inmaculada… Esto le daba el salvoconducto el casamiento con un hombre apuesto, más rico y que llevara bien sus pantalones.

Se fueron alejando, la una de la otra. Ahora estaban unidas, ya no eran tan desiguales. Ni ángeles ni demonios. Ni reinas ni cortesanas…

CONTINUARÁ…

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