Capítulo 2



“La profecía”

El calendario, en su perpetuo avance por la leve existencia humana, se permitía perder docenas de hojas, llevando y trayendo alegrías y tristezas. Los claroscuros que tiñen el alma de cada ser, eran cambiados; mejorándolo o deteriorándolo, haciendo que aparecieren las viejas sombras tenebrosas de los sueños no incumplidos.

Eso comenzó a corromper el carácter del señor Grimm, dejando detrás de sí su habitual simpatía y cortesía, dando espacio a un hombre severo con las chicas, altanero con su abnegada Claire, y un tirano con los esclavos. Ellos, a medida que envejecían, iban siendo apartados de las tareas de manera despreciable, reemplazados por jóvenes que compraban en otras ciudades, aumentándolos con los que ya estaban preparados en la hacienda. Formando así, la nueva mano de obra gratuita que labraba la tierra, sembrando y segando el algodón de sol a sol, sin tregua.

La familia, despertaba a los días aguardando vivir esas veinticuatro horas que los escindía de otra alborada, ilusionados y a la espera que viniesen tiempos mejores. La mayoría de las veces, todo dependía del ánimo -bueno o malo-del amo...

Si algo faltaba, para completar desdichas y adversidades, fue cuando las hijas, llamando a viva voz a Tomicca, se dieron por enteradas que -ella- se había desvanecido de la faz de la Tierra.

Luisiana, acalló lo que pensaba al no encontrar a la gata. Y Georgia, con una impertinencia que generalmente no afloraba gracias a las reprimendas del padre, corrió a contarle que -la mascota- no se dejaba ver por ningún lado. Era extraño que eso ocurriera, ya que pasaba largas horas en los regazos de sus amas, más todavía desde que había engordado en las últimas semanas, según demostraba la menor del clan:

-“Tomicca, no ha estar muy lejos… Apenas si podía moverse con esa barriga tan grandota y movediza”- Declaraba con sus ojos castaños al borde del llanto.

-“¡¡Ahh, los gatos son así, hija!!.... A veces están… Otras tantas, se largan y no vuelven…”- Bruscamente rebatía el hombre.

Luisiana, tomaba la mano de su sempiterna amparada, escudándola de la nociva ilustración del padre, recitándole:

-“No te entristezcas, Georgy… Pronto regresará… Ya lo verás…”- Queriendo convencerla, al ver tranquilidad en su mortificado corazón.

Cerca de allí, la madre escuchaba y advertía ceremoniosa las palabras del marido, cuando en el estudio sermoneaba a sus duquesas, logrando entrecruzar los ojos con los suyos, los cuales no tardaron en evadirla con premura.

Era evidente que se vio vulnerado por esa mirada acusatoria… Pese a su mal genio, eso no impedía que la señora Grimm, atinara en la manera de recriminarle cosas, aunque simplemente fuera a través de la omisión.

La búsqueda de la gatita por parte de las adolescentes, se volvió ininterrumpida. El rastreo por cada impensado vericueto de la hacienda, al cabo de varias semanas, fue ineficaz. Tomicca, no había dejado huella alguna.

El desaliento y el agobio, apretujó por varios meses a Georgia, que solamente se liberaba de ese pesar, gracias al aliento que Luisiana le daba, sin abandonarla ni a sol ni a sombra.

Más que nunca se volvió su consentida. Hacía cualquier cosa con tal de alegrarla, como por ejemplo hablarle de su próximo cumpleaños de quince. Eso la entusiasmaba, haciéndola olvidar el clamor por su gatuna amiga.

El día tan esperado llegó. Y siguiendo la tradición, el padre cedió a la menor de la familia, la insignia de las Grimm. Georgia, acogió con dicha al zafiro que el patriarca hizo descollar en su cuello, suspendiéndolo de un fastuoso colgante.

La casta y virtuosa muchacha, contenía la emoción, aguardando poder intercambiar esa joya por la esmeralda, yaciente en custodia de Luisiana, tal era lo acordado.

Esa noche, en soledad, las hermanas trocaron los adornos, haciendo de la ceremonia un momento supremo. Geo, tendría para sí una parte de su amadísima hermana. Y la mayor, se adueñaría –finalmente- del rumbo presentido, ya que la piedra le dejaba avizorar -entre chispazos- una época venidera que únicamente ella podría soportar, cumpliendo así con un borrascoso destino.

El camino anunciado a temprana edad, se abrió debajo de sus pies, ardiendo en ascuas que lacerarían su alma, redimida al final con el Amor Absoluto. Pero antes, se antepondrían la incomprensión y el desprecio.

Semanas posteriores a la celebración del natalicio de Georgia, el dueño de “El Dorado” trajo un “flamante” lote de esclavos, comerciado en viles subastas que lindaban lo innombrable.

Unos cuantos jóvenes, hombres y mujeres, llegaron a las barracas donde pasarían el resto de sus vidas, obedeciendo a lo que el amo y señor de la tierra determinase.

Entre los varones arribados, había uno sobresaliente por su atractivo. Pese a su suerte, poseía una prestancia poco común. Se asemejaba a un príncipe, exiliado de los remotos reinos de África. En su andar de noble caballero, caminaba con elegancia las tierras del algodón, trabajando sin quejas, teniendo el mundo a sus pies con sólo veinte años.

Como si ello fuese poco, el siervo del Sr. Grimm, se vio llamado a brillar más todavía y por encima de los otros, al posar sus ojos en la relampagueante mirada de la hija mayor del hacendado. La pasión, se tornaría recíproca…

El uno y el otro, quedaron boquiabiertos al verse por primera vez. La piel de los dos, se electrizó esa tarde en que el muchacho –de nombre John-, osó mirar y mantener la insistente observación de esa mujer de redondeadas curvas, camufladas bajo puntillas indiscretas, que acababan por aureolar su femenina belleza. Su abundante y ondeada cabellera, encallaban en angelicales bucles sobre sus terrenales senos, tan tentadores como dulces frutas silvestres. Y su cintura, envidia de cualquier dama por su perfecta estrechez, se mostraba capaz de caber en los fornidos brazos de aquel mozuelo.

Mientras ella se hacía objeto de la exploración a la distancia, por parte de ese portento de color cacao, no declinó la oportunidad de extraviarse en su escultural figura, recubierta de jirones impecables de blancura, resaltando la lindura de su tez. Unos pantalones de lienzo, se ajustaban en parte al atlético torso, entrelazando unas poderosas piernas con musculatura de potro bravío. Su camisa, abierta peligrosamente, jactaba gotas de sudor en su pecho, detenidas en el tiempo por una Luisiana vibrando de deseo. La tercera impactante sensación a su corta edad. La primera, cuando rozó el zafiro hacía tres lustros; la segunda, cuando descubriese a la gata en medio de las patas de un macho… Dos representaciones procreando esta nueva, como si la alquimia combinara el pasado y el presente en una única gran emoción que la definía.

La cara de John, poseía delicadas facciones, talladas por el cincel de la dureza, condenado a ser un plebeyo en una comarca muy distante de sus señoriales antepasados. El motivo: la simple diferencia de óleos en la paleta del “Pintor del Universo”, que supo mixturar fortaleza, beldad y convicciones en su obra divina.

El llamado aguardentoso del padre, ancló en la realidad a la ansiosa novata. Sus párpados, decayeron como pesados visillos de pestañas renegridas, encandilados al máximo por el siervo, ahora su Alteza del Amor.

Él, al escuchar la voz del amo, retornó de la expedición por los contornos de esa diosa vestal, que debajo de las infinitas y acampanadas capas de género, escondía unas torneadas piernas de marfil, rematando -entre los muslos- al mismísimo averno que calcinaría sus cuerpos, extinguiéndolos.

La quinceañera Georgia, consiguió evadir esa línea de fuego desatada en medio de las miradas férvidas, empequeñeciéndose ante la energía arrolladora, que notaba en ese ambiente seductor. Y fue tras los pasos erráticos de su fraterna compinche, percibiéndola alborotada. Ella, sin saber de las cosas de la vida, secundaría con mudez y prudencia, lo que en aullidos matizaría sus oídos de aquel día en adelante.

A partir de entonces, Luisiana se cerró como una flor al final de la tarde, reverdeciendo durante las noches estrelladas y en las madrugadas con la Luna testimoniando lo prohibido.

Su persona, se volvió vertiginosa a partir de la llegada de aquel muchacho al rancho. Después de la cena y de las oraciones previas a dormir, la jovencita de diecisiete años se escurría -al estilo de los duendes- por el gran ventanal que daba de lleno al huerto de algodón, detentando en su blancor a la primigenia pincelada de sangre virginal, aunada con una nácara lluvia de estrellas....

Noche a noche, sin que las tormentas la detuvieran, ella escapaba a los brazos de la insensata pero embriagante lujuria, tornando antes que reapareciera la claridad. Entre tanto, la más pequeña entredormida, la idealizaba resurgiendo del cortinado de la habitación de las otrora infantes. Su hermana grande, ya no se disfrazaba de aguerrida heroína salvándola de alguna mítica serpiente alada, ahora era presa voluntaria de aquella y se quemada con su lava incapaz de apagarse.

Al regreso de su inicial huida nocturna, a la hora de las brujas, Georgia sujeta de mullidas almohadas, la avistó con su amplio camisón oliendo a hierba húmeda, y con un aroma imposible de describir… así como también, un ligero camino de rosas escarlatas desdibujándose en la cara interna de sus piernas, costeándole las rodillas. Luisiana misma, se secaba con su ropa arrugada, escondiendo en las entretelas los vestigios de la flaqueza....

Durante muchas noches, la observó a través de simulados sueños, cuando la hermana se desnudaba, enjugando la copiosa miel, que resbalaba de su privada geografía.

Un olor bestial la envolvía. Tan inquietantes eran esos efluvios, que se hacía imposible conciliar -de nuevo- el descanso. Algunas veces, entretanto Luisiana cambiaba de vestidura, intentando tapar el sol con un dedo, la miraba azorada cuando se olisqueaba la piel, añorando el origen de aquella singular fragancia, que la impulsaba a escribir extasiada y temblorosa en su diario íntimo, ese que su madre le había regalado. Recién ahí se daba tregua en la agitación, no sin antes arropar a Georgia, fingiendo deambular por el mundo de Morfeo.

Los hechos, acontecían cuan vorágine furiosa. Una tromba devastadora, se desataría en el abolengo Grimm…

Con el correr de las semanas, las cosas se precipitaron, poniendo a tambalear la tan mentada estabilidad familiar de “El Dorado”.

Una de las mañanas, en que el padre estaba atareado en el despacho, se presentó ante él uno de los caporales. Era el encargado principal, y el brazo duro que dirigía la comunidad de sirvientes y lo atinente a los tejemanejes de la plantación.

Esa fecha fatídica, donde se caería a pedazos el leve equilibrio de las apariencias, el robusto capataz le contó a su jefe, con falseada timidez y con babeante voracidad al final de la arenga, lo que se murmuraba por el lugar, alcanzando ya -por desgracia- los recovecos más retirados de la ciudad, tal y como lo haría un saco roto de plumas, desparramando su contenido en el viento.

El señor de la legendaria casona, de porte vanaglorioso ahora desinflado, interpretaba demasiado bien las palabras de su hombre de confianza, y lo que cada habitante de Jackson daba por sentado, eso que supuestamente sucedía en sus propias narices, sin que su autoridad lo hubiese advertido.

¿Cómo podía ser que ocurriese algo así y no tuviera el atisbo de lucidez suficiente para notarlo? Eso, era algo intolerante y no dejaría que su potestad fuese socavada de tal manera.

La sangre se le heló, rebullendo de ira en su cómodo sillón, cortando repentinamente el eufórico discurso de su interlocutor. Con un estruendoso golpe de puño, en el lustrado escritorio, lo instó a sellar los labios:

-“¡¡Cállate, Peter Coltrane… No hables más…!!”- Forzando al hombre a dar varios pasos atrás, al verle abalanzársele encima.



-“¡¡Patrón Grimm, no se enfurezca conmigo…!! Yo, digo lo que vi y de lo que la gente habla… Además...seguro que no he sido el único que ha visto lo que ha visto…”- Alegaba, excusando sus dichos.

James, hacía resonar los tacos de su calzado contra el piso, asimilando como a jarabe de mal sabor lo que oía. Aún, dentro de la desesperación por lo que se decía conocer de su hija, procuró un recurso de incredulidad, y preguntó inocente:

-“¡Dios!... ¿Será que ese esclavo desagradecido obligó a mi hija...?”- Inquirió, con un brillo de simpleza ahogada en cólera.

-“Amo Grimm… no me haga hablar… Es que… es que...no se la veía hacer… nada por la fuerza”- Expresó, con socarrona reserva el ladero, después de despacharse a gusto denostando la dignidad de la jovenzuela enamorada, ultrajada por los chismes.

El patrón, echó del estudio a su dependiente con un portazo. Claire, que en la sala preparaba el resto de una tarde atareada, dejó caer al piso unas charolas, al escucharlo aterrorizada. Con el “‘Jesús” en la boca, fue donde provenía ese estrépito que le paralizó la vida por un instante.

Las chicas, disfrutando de una caminata por el parque, presintieron que algo estaba aconteciendo en el interior. En especial Luisiana, se estremeció al mirar hacia la casona, diluyéndose como un barco alejándose de la rivera y perdiéndose en la bruma de un mar acechante. Geo, por su parte, con impulsividad sobrehumana se arraizó a ella, asustada por el ruido, silenciando las aves y el cantar de la siembra.

En la alocada corrida por el suspenso, desangrando los acelerados corazones fraternales, un nuevo latido -promediando el de ambas- fue distinguido por la menor, dándole un empuje ascendente en la ciénaga del temor que la invadía.

Un regio brillo, ostentaba su hermana en la mirada, izándose invicto de lo mundano y fingido. Inclusive, reparó en la cintura de Luisiana...Ya no contaba con las concavidades que la asemejaban a un hada madrina. Estaba levemente ensanchada, como si un soplo divino la hubiere inflado de amor. Eso, le otorgó quietud, pero notó que -su idolatrada compañera- se teñía de llamativa preocupación.

En el paréntesis de minutos inmortales, en que la madre ingresó a otra habitación con su esposo, únicamente se advertía la constante voz del padre, cortada por el llanto de una madre consternada; las muchachas, prosiguieron con el paseo y sus quehaceres, así como lo hizo el resto de la hacienda.

La tensa parsimonia, no cesaba. Nadie se atrevía a llamar a los señores. Nadie -siquiera- pasaba por enfrente de ese cuarto, del cual se escurría un gélido murmullo, confrontando con la siesta acalorada de Misisipi.

Las horas, se tornaban interminables, avanzando en un abrir y cerrar de ojos… y ninguno de los amos, salía de aquel habitáculo de cónclave indescifrable. La merienda empezó y la cena finalizó, solitariamente con las chicas Grimm tutelando la enorme mesa. Y al término de la comida, subieron a sus dormitorios, renunciando a saber qué era lo que los había enclaustrado -a los papás- allí por tanto tiempo.

Un día, literalmente en blanco, se cumplía. Sin color alguno, salvo el de la floresta alfombrando la vista al otear por las ventanas.

Por costumbre, las señoritas extendían la conversación unos momentos más, luego oraban y se aprestaban a dormir… con excepción de Luisiana que -esa noche- no iría a encontrarse con su bien amado John. Esa vez, la sonata del viento sería la que hablara, trayendo en sus cabriolas, rumores de un futuro que no debía ser...

Ellas, se encontraban muy inquietas. La inminencia, las tomaría por asalto de un momento a otro. Y lo que se avecinaba, no daría demoras…

Como se venía conjeturando, el andar de James Grimm rechinó en el pasillo rumbo a la recámara juvenil, secundado por los pies de Claire sin que ellos tañeran el tablado, inspirando lágrimas al rodar por una mantilla que caía lánguida en sus hombros, acorazándola de la frialdad emanada por su esposo.

Desprovisto de anuncio y educación, el padre irrumpió repentinamente en aquel punto. Su vista, se dirigió cuan lanza sagaz a los ojos de Luisiana, desparramándole una miríada de espinas. Apenas miró a Georgia, que se consumía de miedo sentada en la cama. Y al rugido de:

-“¡Vamos, sal de aquí desvergonzada…! Por un par de horas, tu habitación será la destinada a los huéspedes... No volverás a compartir el sueño con tu hermana… Y tú Claire, quédate unos minutos con nuestra hija y explícale lo acordado…”- Sin respiro sentenció.

Él, tomó de un brazo a la primogénita, sacándola al otro extremo del pasillo. Ella, aceptaba mansamente el designio. Era, simplemente el principio. Y Claire, cerraba el portal que ahora separaba a las muchachas, aplacando el llanto de Georgia, fluyendo en sus mejillas.

-“¡¡Eres una escandalosa… Una Mesalina..!!. Así es como te deberías llamar a partir de hoy…. Olvídate de ser una Grimm... ¿Quién te crees que eres, tú y ese esclavo malnacido?”- Espetó James a su hija, entrándola al oscuro cuarto a empellones, remachándole el nombre que era sinónimo de ramera, debido a una emperatriz tristemente célebre por su libidinoso comportamiento.

La joven, poco tenía para decir a su favor. No poseía argumentos de redención frente al padre y, mucho menos, ante una sociedad que condenaba tales situaciones, como la de una jovencita perdiendo la virginidad fuera del matrimonio, además de hacerlo con alguien que no perteneciere a su nivel social. Más todavía, si hubiese un fruto de esa relación: la evidencia viviente del yerro.

Luisiana, se limitó a decir que con John se amaban. Aunque fue desoída por el Sr. Grimm. Él, ya tenía decidida su vida y la del “bastardo”, no teniendo reparos en enrostrarle ese ofensivo calificativo en la cara. También, le imposibilitó - terminantemente- que saliera de ese ámbito al que sería confinada por poco, sin cruzar palabras con Georgia.

El hombre, le dictaminaba irse a parir, y entregar al hijo a cualquier familia en alguna aldea perdida en los cerros. Posterior al regreso, tratar de encauzar su descarriada vida como si nada, sin que alguien supiera del motivo de su “viaje”. Quizás así, podrían ocultarle al pueblo que su machista autoridad, había sido transgredida. Además, la imagen de una muchacha inmaculada y decorosa, se tenía que mantener, para poder “ofrecerla” al mejor candidato matrimonial que hubiere. El padre, no perdería la oportunidad de casar a sus hijas con otros lugartenientes, enriqueciéndose con jugosas dotes a cambio.

El jefe de familia. le aclaró culpándola, que gracias al pecado cometido era posible que su adorada hermana, jamás se desposara con algún muchacho de bien, ya que -con su accionar libertino- manchó el buen nombre de su aristocrática prosapia.

Las lágrimas de la joven mujer, eran desbordantes. Por poco si podía articular vocablo que no fuera deformado por los suspiros entrecortados, asomados de su ánima amordazada por ira y desolación. Asimismo, necesitaba conocer que sería de su querido John. Temía la respuesta, sin embargo quería descifrar qué ocurriría con él.

Su patriarcal verdugo, sonrió con pedante altanería y la castigó, revelándole que desterraría al chico a otra ciudad. Notificándole a los dueños, acerca de su rebeldía, lo que de seguro lo llevaría a recibir flagelos y correctivos, algo evitado en el “El Dorado”.

Ella, cayó de bruces al suelo, sintiendo como su padre los abandonaba a la buena de Dios. Nada podía hacer por el momento. Algo se le ocurriría durante la noche o, quizás, durante el exigido “retiro espiritual”... El encubrimiento fundamental de su verdadero amor y la atrocidad de su progenitor.

El cansancio, venció a la familia. Y como pudieron, se fue a dormir.,,

El lloriqueo tenue de Georgia, muy sola, hizo terceto con el gemir de Luisiana, en la otra ala del piso superior de la vivienda, y con la percusión constante del hachazo sostenido de los empleados, derribando la planta que facilitó los escapes nocturnos junto a su impetuoso John.

Con sueños confusos, recamados de realidad y entramados con hiel, las antiguas quimeras se rearmaban con firmeza, esbozando una verdad que -a la larga- se ejecutaría. A su mente, retornaron las pinturas oníricas que le mostraban trazos proféticos, rayanos al romanticismo.

Desde el inconsciente de Luisiana Grimm, recurrían las cadenas que unía una roca y un cervatillo, iluminados por un rayo, desenhebrando ataduras, guiándolos en la búsqueda de la LIBERTAD en la gran cruzada del AMOR.

El estampido del relámpago, fantaseado en el reposo, coincidió con la salida del Sol que reaparecía ante todos. Para el lucero gobernante, juicioso y equitativo, los humanos eran iguales en sus abrazos de fuego.

La enamoradiza condenada, se desperezó, con dejos de ensoñaciones y recuerdos de la jornada pasada. Tomó aire, se levantó, lavó su luminoso semblante y se dispuso a hacerle frente a lo que viniese.

Al cabo de unos minutos, la madre entró los aposentos con el desayuno. Y tras estrecharla en sus brazos, preparó el equipaje, durante lo que durase su frugal alimentación. En un rato, bajaron a la sala donde su padre vagaba en la lontananza. Dándole la espalda, le ordenó subir al carruaje encapotado.

Luisiana, antes de hacerlo, pidió ver a Georgia. Pero-él- se lo negó rotundamente, arguyendo que le evitara más daño y pena a la más pequeña. La muchacha, aceptó callada el escarmiento paternal.

Despidiéndose de la madre consumida en llanto, ascendió a la carreta, viendo a su ejecutor oficiar de cochero. En ese instante, Georgia salió corriendo de la casa, voceando el nombre de su hermana y conminando a los caballos a clavarse a la greda:

-“¡¡¡No te vayas hermanita…!!! ¡¡¡ No me dejes, por favor!!!”- Con ese alarido, la quinceañera doncella impuso ser escuchada por Luisiana, que respondió:

-“¡Mi amada Geo, no te angusties… En unos meses, regresaré… y todo será como antes!”- Dijo, intentado conformarla y contenerla.

Con vivaz vitalidad, la chiquilla se asió a su cintura. Entre lágrimas y besos, apoyó con suma delicadeza una mano sobre el vientre de su hermana, acoplándose a un halo afectuoso más fuerte que cualquier cosa en el universo.

Luisiana, no necesitó más verbos. La pequeña Georgia, que ya no lo era tanto, con su corta edad y candidez, se consagraba en sabia mujer al entender la razón… o la sinrazón de su partida. Las palabras sobraban…

En la última acogida entrañable, la más mayor le dijo a la más joven:

-“Nunca olvides que te amo y que haría cualquier cosa para no lastimarte... Y recuerda, esto es muy importante… el sueño que te conté hace mucho, el del ciervo y la piedra... Tenlo presente, de él dependen muchas vidas… ¡¡Por Dios, mi hermana del alma, no lo relegues al pasado porque es el porvenir…!!”- Cercenando su voz en ahogo, y con el vozarrón del patrón de la estancia, demandándole subir al carruaje que la llevaría en andas, ocultando los indicios de la imperfección...

La carroza se puso en marcha, dejando de lado los matices floreados, el prado verdoso y el blanco algodonal. Y sin dudas, atrás quedaron los grandes ojos de John, atado de manos por el caporal Coltrane, el responsable de llevárselo lejos. Así como también la persecución de Geo, queriendo alcanzar el vehículo que le arrancaba la mitad de su existencia:

-“¡¡Luisiana… Luisiana!!... ¡Regresa!… ¡¡Acuérdate de nuestro pacto de hermanas cuando trocamos las joyas!!”- Rememorando el convenio que le daría el nombre a los hijos respectivos.

En su contristado juicio, la menor de la familia, sabía de antemano que las sucias jugarretas del azar, podría llegar a apartarlas.

En la retina de Luisiana, quedó grabada la insondable tristeza de Georgy, y el rostro hermoso de su primer hombre, más no el último… si su Único Amor, mancomunados en una sola sangre, germinándole adentro.

Pasado unos días, James volvió tras dejar a su hija en un convento como le habría dicho a su esposa, y como les diría a los demás, aquellos hambrientos de patrañas, los mismos que entendían de tapar infamias y decadencias.

Meses después, la madre recibió un mensajero con una corta y fatal misiva que formulaba:

Estimado Sr. Grimm: Me veo en la infausta postura de anunciarle que su hija -Luisiana- ha sido una de las tantas víctimas de la epidemia de fiebre amarilla, la que diezmó parte de nuestra población en estas últimas semanas.

En lo que respecta a la hija ilegítima de esta, encontró una buena familia que la adoptó como suya.

Mis condolencias.

Sra. Margueritte.

La madre, estalló en un bramido, sacudiendo los cimientos del rancho. Hundida en llanto, alcanzó a James, del otro lado de la casa, y le gritó en frente de su capataz:

-“¡¡¡Has destruido nuestras vidas…!! Primero, le quitas a las chicas –cuando niñas- a su gata, sólo para que no preguntasen cómo se había preñado… Luego, le arrebatas a Georgia a su hermana, y a mí… a mi hija. Y, encima también te atreves a despojarla de su niñita… ¡¡¡Infeliz, por tu culpa ella jamás volverá…!!!”- Arrojándole la carta abollada al rostro asustado del esposo, que escuchaba gritos cargados de veneno justiciero y el triste final de la que había sido su predilecta.

-“¡¡Jamás me vuelvas a dirigir la palabra en tu maldita vida, “Dignísimo” Señor Grimm…!! Y, otra cosa más… ¿¿Quién diablos es Margueritte?? ¿¿Acaso, Luisiana no estaba al cuidado de una religiosa?? ¿¿Qué has ocultado en estos años?? ¿¿A quién amé todo este tiempo perdido??”- Una metralla de proverbios, surgían de la aleonada Claire, entristecida e indignada.

Girando despectiva, echándole la última ojeada a su marido, y escudando a Georgia de un pesar enorme, se fundió con las mulatas que habían salido del interior de la cocina, al oír a su señora verter dolor a diestra y siniestra.

El reloj transcurrió en línea recta, sin detenerse. Cada día que pasaba, todo viraba a gris. La madre, ignoraba al padre de sus hijas. Georgia, había perdido el entusiasmo que le era característico. Se negaba a tener amistades. Quería estar con su hermana, negándose que hubiese perecido con esa peste desgraciada. Y, el padre se volvía un desarraigado en su propia casa, donde los empleados y sirvientes hablaban. Aquellos rechazados, eran los únicos que lo consideraban.

Nada, parecía mejorar… A excepción de una mañana, en la que Geo decidió dejar la casa y salir a tomar aire puro. Hacía meses que el sol no la besaba, como cuando nació; ni la lluvia se daba el gusto de rebotar en su aterciopelada piel. Entonces, desde la tupida arboleda, una jovensísima esclava -de igual edad- a la que nunca había conocido, le regaló una sonrisa, se acercó a ella y le preguntó:

-“¡Hola…! ¿Tú eres Georgia?... Mi nombre es Hester Sue… ¿Quieres que seamos amigas?”-

La sucesora Grimm sonrió, como hacía tanto no lo hacía. Y como caído del cielo, el milagro de la amistad, fundía las dos caras de la moneda.

CONTINUARÁ…

Star InLove







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