Capítulo 15

 “Los muchachos nunca lloran”

Cuando la imagen del cabalgador se hizo mucho más visible, el patrón del latifundio, vio que se trataba del reverendo Miller.

Brighton, que almorzaba casi por costumbre, como a la fuerza, fue a su encuentro y le dio la bienvenida. Desde luego no comulgaba con su arenga desde los dogmas de fe, obviamente antagónicos a los suyos respecto de la esclavitud. El ministro de la iglesia, aborrecía el trato dado a los hermanos esclavizados. Aducía con superioridad que todos éramos iguales a los ojos de Dios. Pero incluso así –Dickens-, en cierta forma simpatizaba con él por sus férreas convicciones. Contrario a lo que le ocurría con el alcalde Rice, a quien sentía como un hombre tibio, de ideales poco sólidos y muy permeable a la influencia del anterior. No fuera a ser que gracias a ello, la ciudad se plegara a esa descabellada oleada de abolición, más plagada de ilusiones que de realidad, llevando a la quiebra a los algodonales de los estados confederados.

Miller, una vez desmontado de su corcel plateado, cruzó sus manos en un moderado y obligado apretón caballeroso. El señor Dickens, sorprendido por la visita, y posterior a cumplidos, fue al grano de la razón de la venida del pastor a su hogar:


-“¿Que lo trae tan apurado por aquí, mi estimado…?”- Dijo un poco con cortesía y con algunas partículas de sarcasmo. –“Me resulta curioso que usted acuda a mi residencia…”- Haciendo galas de la manifiesta y vieja enemistad existente entre los dos por sus respectivas filosofías de vida. A lo que añadió: -“¡Salvo que le resulte acuciante casar a su hijo o a su sobrino con mi hija, ahora que ella muy pronto cumplirá su mayoría de edad…!”- Largó, sabiendo que el pastor nunca permitiría que un pariente tan directo, se desposara con Esmeralda, heredera absoluta de un algodonal repleto de lacayos, por más dote que hubiere a su alcance.

A toda esa andanada de preguntas y ofrecimientos, el reverendo con la vanidad dada por su jerarquía, célebre en la región, respondió:

-“¡No, amigo… estoy aquí por asuntos más severos que puras nimiedades…!”- Contestó con total desparpajo y rigor.

Brighton, que no esperaba tal respuesta despectiva, se posicionó como para contrapuntear con una réplica más ácida todavía, pero se enfrentó al inesperado fundamento de la entrevista:

-“Necesito que usted, su esposa y su señora suegra, concurran hoy a las 5 en punto al ayuntamiento a una asamblea inaplazable… ¡Su presencia, es muy importante para Jackson…! Es un destacado ciudadano, que ha hecho tanto por esta pequeña ciudad…”- Anticipó dejándolo patitieso.

Que hablara de “necesitar” y no de “querer”; que propusiera a la alcaidía, como espacio de debate, y no su iglesia, ya lo catapultaba de discrepante constante a posible aliado. Prácticamente que lo ensalzara con tantos elogios, era demasiado sospechoso y rascaba lo inverosímil.

Antes que el dueño de las tierras, hiciera el amague de retomar la palabra para conocer la verdadera materia de tal asamblea, cuestión que sólo atañía a los concejeros y vocales políticos, Miller expuso los temas a tratar de forma no oficial. Igualmente contaba con la anuencia del Sr. Rice. El pobre alcaide, había cedido su lugar de trabajo, para que el invitante desarrollara lo que con tanta urgencia precisaba.

Mientras las mujeres adentro, se morían de ganas de saber qué era lo que tanto hablaban los hombres afuera; el reverendo comenzó a desgajar un corolario de críticas, más que de razones, de la junta ciudadana.

Entre reproches y ampulosidad –al borde constante de las lágrimas-, tal y como si estuviera dando su prédica lastimera, nombró conmovido a algunos de los habitantes de Jackson que irían al efecto de enterarse de las estrategias a tratar. A muchos de ellos, él mismo –en el día de la fecha- los había convidado a sumarse a la reunión… Convidado, era una forma delicada de decirlo, ya que literalmente los había intimado a cumplir con su responsabilidad cívica, aunque más con el deber supremo de feligrés de combatir a las “enviadas del demonio”, como calificó al grupo de damas que moraban en la vieja casona frente a la plaza del pueblo. Esa casona con el mote afrancesado de “Chantecler”, al que muchos pronunciaban como: “Club de té”…

Con ese único argumento, mister Dickens se vio prendado a participar de la invitación. Al fin alguien en Jackson, ponía a funcionar el cerebro. Al fin una persona tenía el impulso “desinteresado” de expulsar a esas mujerzuelas de allí. Al fin alguno quería cuidar de las almas pulcras del rebaño de esas salvajes busconas…

Sin interrumpir la plática, a esas alturas diatriba cruenta de Miller, el patriarca Brighton se relamía. Ni que Dios lo hubiera puesto en el camino de sus exigentes plegarias sacrílegas, cuando de vez en cuando miraba al cielo, maldiciendo las adversidades de la existencia.

Desvariando en sus apreciaciones, entre las cosas que le decía el congregante, anunció que Francis Dickens, abuelo paterno de Esmeralda, no iría a la convocatoria ya que no estaba interesado. A Brighton poco le importó. Su padre, no era la primera vez que discordaba con Miller y hasta con él mismo. Esa era simplemente otra prueba más. Poco a poco, padre e hijo se alejaban del afecto que en años pretéritos, ahora prehistóricos, los había vinculado cuando la madre del nombrado segundo, murió. El tiempo y las circunstancias de cada uno, erosionaron una relación entrañable. El hombre más joven, apegado a las tradiciones; y el mayor, antagónico y de pensar más liberal, era más permisivo pese a su edad.

El ministro ya agotado de tanto hablar y acariciar un convulsivo sollozo, le pidió al amo de la hacienda, si podía avisarles a otros de sus más cercanos vecinos, ya que él rumbearía hacia el este de los campos a requerir la asistencia al pintoresco cabildo. Eso sí, le subrayó encarecidamente que no le notificara a Samuel Fraser, colindante de “El Dorado”, porque no profesaba su mismo credo, además de ser un libertino que –indudablemente- aceptaría y apañaría a las perdidas. No daba el ejemplo, como lo hacía él en su diario accionar.

Después de despedirse y alabarse a sí mismo por su irreprochable personalidad, el recién llegado montó a su caballo y se perdió en el verdor que recubría el paisaje.

El amo de casa, entró en ella y meditó sobre las palabras volcadas por el pastor de la iglesia. Por primera vez se veía respaldado en sus ideas por parte de Miller. Lejos quedaban aquellos desacuerdos que -en las celebraciones pueblerinas- resurgían al verse, y a duras penas lograban una cordial reverencia. Pero lo más sorprendente del mediodía que todavía no acababa, fueron los últimos anuncios de ministro: varios esclavos de una de las heredades de Jackson, se habían fugado durante la noche. Si hasta parecía que ese hubiere sido el disparador que lo llevó a congregar a los lugareños, y no tanto esas femíneas y misteriosas figuras, que empañaban el tan citado decoro del lugar.

Georgia, con un tenedor en su diestra, se tragó el enojo pasado ganada por la observación, y salió al cruce antes que su esposo asentara el trasero en el cabezal de la mesa, consultando a qué había venido Miller, llevándoselo por veintitantos minutos en plena comida.

Brighton, que también pretendía dejar en el olvido la reyerta de los primeros rayos del domingo, le contó a ella y las dos comensales restantes –Claire y Esmeralda-, más Hester velando a lo lejos que a ninguno le faltara agua o vino en las copas, sobre el impulso del auto-aclamado líder espiritual del Sur, que los invitaba a la pronta resolución del problema que abrumaba a tantas almas.

El patrón, con mucha superación de haberse visto avalado por alguien importante, con seriedad les comunicó lo que pasaría en la tarde, dando por sentado que su esposa expondría una negativa. Y quedó extrañado al obtener una respuesta de aceptación al convite. Ella por algo se veía exultante. Degustaba el sirope del postre, manteniendo a raya las turbulentas ráfagas del enfado dispuestas a reaparecer. Parecía como si lo del pastor, le viniese como anillo al dedo...

En cambio su suegra, lo rechazó de plano, anteponiendo la visita que quincenalmente le hacía a su comadre, la preferida para jugar a las cartas y confiarle sus existencia, que vivía del otro lado de Jackson.

El antojadizo varón, alimentando la sempiterna desarmonía entre suegra y yerno, mientras trataba de captar el proceder de su esposa, la corrigió expresando que no era hasta la semana entrante que iría a lo de la amiga, ya que ahí se cumplía el tiempo estipulado con el que realizaba ese metódico menester.

La inteligente mujer, con el juicio que se consigue con las canas, revalidó su título de experta en lucidez mental, que no disminuía bajo ninguna circunstancia, y rehízo su retórica recordándole que el domingo venidero, era el cumpleaños de Esmeralda. Era evidente que el caballero perdía una nueva partida, sin el más mínimo derramamiento de ironía. La mujer, de algún modo, le cerró la boca con mucha sofisticación.


Evadiendo su frustrada mordacidad, Brighton continuó hablando del asunto ya sin la mínima atención de las mujeres, salvo la de su hija, que buscaba la oportunidad de colocar una mínima consigna entre medio del disparo de frases. Quería anticiparle que –ella- no iría al pueblo. Pero acalló el intento cuando su padre, se lamentó amargamente por lo que debía estar penando aquella dama –de la cual mencionó su apellido- que compartía muros con el “clubecito de té” del meollo”.

La jovenzuela, alertó a sus cejas perplejas y conminó a su progenitor:

-“¿¿Van Cartier dijiste, papá??”-

-“Sí… Van Cartier… ¿Por qué lo preguntas…hija?”- Interpeló el patriarca.

-“¿Recuerdas a esa señora que venía en el tren? … Bueno, pues se apellidaba así…”-

-“No me acuerdo de nada, Esmeralda… ¿Cómo lo haría…? Era tanta la gente que viajaba… Además, en cada estación, subían y bajaban muchos… ¡¡Imposible recordar el pasaje, o la cara de una persona o de su nombre, niña!!”- Retrucó un poco exaltado.

-“Deberías acordarte, papi…”- Respondió con afecto la chica, y agregó: -“Era tan llamativa… Se la veía hermosa, aunque lacónica, como si escondiera tristeza y rectitud detrás de sus gruesas gafillas…”-

-“¡Vaya… veo que eres toda una observadora, hijita…! Igual a tu madre…”- Contestó contundente. -“Por cierto, la señora Van Cartier, creo que lleva gafas… ¡Pero ve tú a saber si hablamos de la misma…!”- Así terminó con la conversación, al percatarse que Georgia le echó una ojeada furibunda cuando dio detalles de esa semejante. Los celos naturales de su esposa, encendían el macho interior. Adoraba cuando hacía esas escenitas sin que nadie se diera cuenta y que sólo él tomaba nota.

Por último, finalizando la sobremesa, auguró a Esmeralda que no iría a la ciudad, ya que lo de hoy era cosa de adultos.

La muchacha, feliz por esa decisión tan conveniente, mostró cierto resplandor en su cara, que de inmediato fue extinguido con un contundente dictamen:


-“Hester Sue… este domingo contarás con una ayudante de lujo, cuando acomodes el almacén…”- Advirtió. “¡Esmeralda, te asistirá en ello…! No tiene nada que hacer hoy, así que estará toda la tarde a tu disposición…”- De esa manera él determinaba los pasos a seguir, ante la queja de su retoño se presentara más potente y antes del alegato de la esclava, lo agobiara por dejar sin efecto lo que atañía a su pequeña ama. No quería echarle a perder un domingo de reposo…

-“¡¡Pero papá, en la siesta tenía previsto escribirles unas cartas a mis amigas…!!”- Sin vacilar salvó su adolescente cabreo. Obviamente en lo que menos pensaba, era sentarse a redactar misivas....

-“¡¡Dios Santo, hablando de escandalosas…!! ¡¡Ya te he dicho que no quiero más contactos con esas atolondradas muchachas…!!! Bastantes problemas te acarrearon en ese bendito colegio…”- Reprimió Brighton.

-“¡¡No les digas así padre!!! Y ellas, ellas no fueron las únicas amigas que hice allá en Chicago… Y te recuerdo, que fuiste tú el que me envió a ese lugar… ¡¡Yo no elegí nada, absolutamente nada!!”- Con enojo protestó.

-“¡¡No seas irreverente, Esmeralda Dickens!!”- Levantó el tono el jefe de familia, reprendiéndola.

Arrepentida por su resistencia, eso ponía en peligro los planes de la tarde, pidió las debidas disculpas. Su padre, las aceptó gustoso.

-“Está bien, como tú mandes, papá… Ayudaré a Hester Sue… Y si quieres, una vez que escribas mis cartas al término de los quehaceres, te las mostraré… Verás que no hay nada malo en ellas…”- Aplacada se reportó. Maldecía haber invocado a sus compañeras, que puso en tela de juicio su otrora inocente travesura en Illinois.

-“No es necesario… Con que se las enseñes a tu madre, es suficiente. Ella controlará lo escrito…”- Acabando así con el postre y la charla.

Estaba satisfecho por dejar todo premeditado para su hija, en tanto los mayores salían ese domingo con sabor a compromiso –por un lado- y con aroma a oculta aventura por el otro…

En las antípodas de la mesa, levantando la vajilla y en un intento atormentado, la nana de la moza, pidió la palabra y arguyó:

-“Amo, no hace falta que la niña me ayude… Ya arreglé, limpié y acomodé el depósito de alimentos y de las herramientas pequeñas… Y en todo caso, si fuere necesaria una mano, mi hijo Michael lo hará y …”- Desglosó Hester, pero fue cortada con los ojos recelosos del señor.

-“¡Ya está decidido…! Es bueno que vuelvas a repasar lo hecho. No querrás que nada esté fuera de sitio, ¿verdad?… Y no querrás tampoco que las sabandijas merodeen las harinas, ni las frutas….”- Exigió a la sierva. -“Además, en lo que respecta a tu muchacho, él está muy ocupado en el campo, amén de otras importantes responsabilidades que le he encomendado…”-

Dickens, ponía los puntos sobre las íes, dejando sobrevolar una tarea, supuestamente primordial e indiscutible que el esclavo debía ejecutar…

La única respuesta de la esclava, fue un débil: -“Como usted diga, mi amo”- Atisbando resignada a la muchacha, acatando el mandato paternal sin peros.

Fue entonces, cuando la adulta mujer le confió –subrepticiamente- a Esmeralda que contaba con una idea, que la haría desembarazarse de lo delegado por Mr. Dickens.

Previo que Esmeralda se retirara a una corta siesta, le insinuó que viniera un poco antes de la hora estipulada…

La enamorada de Michael, se afincó en sus aposentos bastante más nerviosa. Desconocía el plan de Hester Sue, pero estaba completamente segura que se concatenaría –sin quererlo- con el momento en que ella, escaparía al encuentro ansiado con su juvenil amador.

Esa siesta,ni miró la cama que intacta permanecía. Iba de un lado al otro de su habitación. Sentía frío y a veces mucho calor. Se abrigaba con una pañoleta, y al rato la misma volaba sobre una acolchada silla próxima a la cortina del ventanal, que de cuando en cuando servía de velo, detrás del cual se escondía al mirar hacia la floresta, buscando al moreno príncipe azul, atento de su figura , suponiendo que lo pretendía hallar.

“Piedrecita” se derretía como una candela, idealizando lo que sería reencontrarse con Michael después de tanto tiempo. Desde el día anterior no se veían, lo que resultaba una tortuosa infinitud.

Un maremágnun de temores y ansiedad, la aniquilaba. Todo en su cabecita de novia, daba vueltas. Se disputaba con qué se vestiría, para impactar a su chico. Y si sería él el que diera el primer paso al quebranto de lo censurado… Lo trivial y lo profundo, las niñerías y los deseos de hembra, brotando y brotando…

Así pasaba el tiempo la juvenil prometida clandestina. Durante el mismo lapso, descontando los frutos del algodón, que eran arrancados dulcemente con sus manos, a Michael se le estremecía el corazón, meditando cómo heriría mortalmente a Esmeralda, si le revelaba lo sucedido con Donna. Su pulso vibraba cuando se dejaba arrasar por ese soñar despierto, al hacerle el amor a la esclava designada, colocando a su chica en esa alucinación del fragor de la libido desaforada.

Si Esmeralda ignoraba los hechos, quizá le sería más fácil todo. Él, aunque fuese solamente un instante, olvidaría lo de la madrugada, y disfrutaría en plenitud de lo ofrendado a su sagrada virgen. Pero… ¿y si ella se enteraba después de eso…? Lo construido alrededor de una ilusión y del gozo, se desvanecería por completo, y sobrevendría una gran amargura imposible de remontar. Ni siquiera ponerse pensar eso, era correcto. Sus padres le había enseñado que decir la Verdad, ante cualquier situación, porque era lo que correspondía, contraponiéndose a lo que un pequeño demonio, le soplaba al oído contrariando lo aprendido en nombre de la sinceridad.

Cuando se estaba permitiendo seducir por ese duende malvado, uno de sus hermanos le palmeó la espalda salvándolo de aquella tortura, interrumpiendo el influjo oscuro que lo doblegaba. El muchacho grande, le preguntó qué era lo que tenía, ya que su boca murmuraba una invocación, como quien le discute a lo inevitable.

Con un gesto imperativo, Michael se apartó de su fraterna sangre, diciendo: -“¡Ya no me molestes, Jacob!! ¡¡Déjame solo…!!”-

Algunos de los siervos que los rodeaban, amontonados por la cosecha, se impresionaron por esa intranquilidad tan manifiesta en él. No era común en Michael una mala contestación a alguna persona, menos a alguien de su propia familia.

Perdido en otro sector de algodonal, continuó trabajando, y reanudó su estratagema con el Innombrable, atrayéndolo a lo erróneo. Fue entonces que el sonido de una voz muy conocida, pese a que sonaba levemente distinta, surgió de otro mozuelo esclavizado:

-“LA VERDAD ES LO ÚNICO QUE TE HARÁ LIBRE, HERMANO…”- Declaró orgulloso.

Dentro del estupor, lo único que consiguió preguntar Michael, fue: -“¿Cielos, acaso tú eres aquel chiquillo que me dio el jazmín para Esmeralda? ¿Eres Evol…?”- Una infrecuente sensación, lo recorrió entero.

El muchachito simplemente sonrió, asintiendo con la simpleza de una expresión. A su oyente, se le secó la garganta, como lo son los desiertos relucientes de Selene. Las cuerdas vocales, se le convirtieron en dunas desgastadas por esa visión, que se borró en dos o tres parpadeos.

Una oleada de aire fresco, le devolvió un temple reanimado. La señal que su corazón mortificado reclamaba, era puesta de manifiesto. Ese chicuelo, el jardinero de la núbil floración –ahora cosechero en despuntada juventud- era a lo mejor el ángel guardián que no pudo desoírle.

En un tris, el impertinente diablillo que lo asediaba, dejó su oído y partió a tentar a otras ánimas con ganas de descarriar el rumbo.

Michael reafirmaba con tesón, que a la hora de la reunión con su noviecita, sería la hora de su Verdad. El resultado final –inequívocamente- sería: el abandono de Esmeralda, ni bien supiera de su pecado.

Entregándose a la brega y a lo fatal, dejó escurrir el caminar de Cronos. Por momentos sintió deseos de llorar, pero sus latidos -tenues y vagos-, le acorazaron la joya en la zurda de su pecho. Un genuino hombre, asumía las consecuencias de sus actos, por lo tanto nunca lloraban…

En el establo, el mismísimo Brighton enganchaba el carro a dos de sus mejores y veloces potros. Debían llegar rápido al pueblo. Esa asamblea no se privaría de la presencia de los Dickens.

Al final de la escalinata interna de la casona, “Piedrecita” –en su cuarto- se disponía para bajar y asistir a Hester Sue. Cerrando la puerta, dejó el lugar, añorando volver enseguida para acicalarse e ir con su novio.

Ya en el almacén ayudando a la sierva, como habían convenido, un lento compás de espera la atravesó. El entorno se volvió flemático y paulatino. La única que iba rápida en la ocupación, era su nana. Daba la sensación que actuaba en otra dimensión, desconocida, acelerada e indeclinable.

Un pequeño tumulto en la saleta, las alertó que la familia partiría a su destino final. Despejando el aburrimiento, escuchó a su padre presto a verificar la ejecución del encargo. Y en ese instante, al enderezarse aparentando dedicación, fue blanco de un puñado de harina cayendo sobre sus ropas, apenas recubierta por un delantal que no alcanzó a protegerla de la blanca avalancha. Al mismo tiempo Hester Sue, pintaba parte de su cara con el resto que había quedado en su mano. Ambas eran dos payacitas de algún circo ambulante.

Esmeralda, luego del impacto, exclamó -con justa razón- qué era lo que le pasaba, para actuar de esa disparatada manera. Sin embargo, la mujer permanecía con una sonrisa cómplice, y con una actitud de niña que poco disimulaba delante de su juvenil ama. Al sonido de: “ ¡¡Shhh, guarda silencio, querida!!”- el señor Dickens se presentó al ordenado, aunque manchado espacio, y agregó: -“¡¡Oh, veo que están muy ocupadas…!! Bueno hija, nos vamos a Jackson… ”- Y la besó en la mejilla, y anticipó a su esposa y suegra, que las esperaría en el carruaje. Él se mostraba satisfecho. Las cosas se estaban adaptando conforme a sus exigencias.

Mientras Esmeralda, se daba cuenta del objetivo que Hester quería lograr, la abuela Claire se despidió de su nieta. La adolescente la animó a que ese domingo pudiera ganarle con los naipes a su amiga del alma. La señora prometió ser la triunfadora, empero desmoralizada se dirigía al “duelo” de barajas.

Tras el saludo, entró su madre y la apartó momentáneamente del habitáculo donde se acopiaban sacos de harina y de legumbres. Quería reflexionar acerca de lo que más temprano había pasado.

-“Hija mía, antes de que nos vayamos, quería hablar contigo…”- Declaró solemne, añadiéndole una dosis completa de intenso Amor. -“Necesito que borres de tu mente la discusión que hoy te tocó presenciar… No le guardes rencor a tu padre… Él es un gran hombre… ¡¡Yo lo amo infinitamente, así como tu papá me ama a mí…!!”- Expresó conmovida en palabras que lindaban la devoción.

-“¡¡Pero mamá, no debió haberte tratado así…!!”- Dejó en claro Esmeralda.

-“¡¡Lo se mi niña!! Son cosas que pasan… A veces el matrimonio tiene eso, que ninguno de los dos quiere… Créeme, estas cuestiones fortalecen la unión entre los esposos… El Amor no se rompe… Es bueno cultivar la tolerancia, ser paciente… Luego todo se arregla…”-

-“Si, pero… no me parece de quienes dicen amarse tanto les pase esto… ¡No está nada bien, madre!”- Rubricaba Esmeralda sus apreciaciones.

Con suma ternura, Geo acarició el rostro inocente de la consecuencia palpable del Amor profesado a su hombre y remarcó:

-“¡¡Ay mi Cielo, aún eres muy jovencita para comprender las cosas de vida…!! Ya entenderás bien cuando tengas a tu propio marido… Vivir distintas situaciones te da experiencia… Lo que pasó hoy, es muy natural…”- Continuó exponiendo la señora Dickens.

-“¡¡Pero mami…!! ¿Dices que es “natural”…? ¿Acaso es lógico gritarse y decir barbaridades…?”- Extremando la reflexión.

-“¡¡Tranquilízate, Tesoro… No te angusties, por favor!! Estoy segura, que con el tiempo y un compañero, podrás interpretar esto que te cuento…”- Añadió la mujer. Y con un abrazo que contuvo lo irracional de las conjeturas de la manceba, se ausentó tras comentarle que no sería necesario que le mostrara sus epístolas dirigidas a sus amigas del Norte. Un guiño de implicancia, le dio serenidad.

Con suma discreción, sin debatir lo legado a modo de consejo, se reubicó a la par de la esclava, que atalayaba desde donde podía, el traqueteo de la carreta achicada por la distancia acrecentada.

-“¡¡Mi preciosa, ya puedes ir a hacer lo que quieras…!! Tus papis y tu abuela, ya están en camino a la ciudad… ¡¡¡No hay moros en la costa, Esmeraldita!!! ¡¡¡Vete, vete mi niña!!!”-

-“¡¡No Hester Sue, mi deber es ayudarte con este desastre!!”- Manifestó lista a proseguir con la limpieza.

La esclava reía con carcajadas que contagiaban. Después enunció:

-“¡¡Este desastre, lo provoqué adrede…!! Quería que el amo Brighton nos viese cumpliendo su pedido… Nunca fue mi pretensión que me ayudaras… Recuerda que a esta faena… ¡¡¡la hice anteayer, querida!!!”- Así mostró la adorable sierva, una picardía que liberaba a Esmeralda de las imposiciones.
La chica, con felicidad aceptó la treta de su madre segunda al escuchar:

-“¡¡Yo seguiré con esto, tu ve a descansar…!!”-

-“¡¡Siiii, lo haré, Hester!! Pero creo que antes, me daré un baño…”- Ceremoniosa y firme habló, y corrió en tanto oyó a la cautiva de su cariño:

-“¡¡Como desees, mi chiquita!! Enseguida voy a ayudarte con la tina…”- Refiriéndose al llenado con cubos de agua a la misma.

-“¡¡Deja por favor, yo puedo hacerlo!! ¡¡Descuida, Hester Sue…!!”- Desde el piso superior, voceó la muchacha, encerrándose en la recámara, sumiéndose al proemio fascinante del coqueteo con la Pasión, de las mariposas en la barriga, y de la atracción por lo oculto de los amores. Síntomas previos al GRAN ACONTECIMIENTO…

CONTINUARÁ…

Star InLove




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