Capítulo 17


“El paraíso prometido”

Los acólitos del predicador, sintieron el desafío como una provocación. Mientras que otros tantos pobladores, congratularon a los Dickens por la desenvoltura, en especial a Georgia por haberles regalado una poderosa reflexión que les quitó la venda de los ojos.

Ella, aún se recuperaba del halo de iluminación que la había abordado en defensa de las mujercitas del lupanar, más que por haber acotado el dislate de Miller. Lo único que anhelaba, era llegar rápido al remanso hogareño. Estaba conmovida, aunque muy contenta por lo declarado.

El que no parecía demasiado complacido, era su hombre, tenso a su lado y con las riendas tirantes, ojeando el camino y sorteando las piedras desprendidas de los bordillos, que lo llevaban a lo de la confidente de su suegra Claire.


En las antípodas de la plazoleta, se retiraban rumiando odio, el pérfido reverendo y sus adláteres mirando hacia atrás donde la gente se desgajaba por un temporal remojando sus barbas. Vislumbraba que una porción de los habitantes de Jackson, dejarían de ser su manso rebaño, si la mujer de Dickens continuaba entrometiéndose en el buen funcionamiento del pueblito que él afirmaba conducir. Hasta el blandengue de Rice, quedó fascinado con ese “discursito salvador”, engallándolo a mostrarle los dientes imponiéndole silencio. Ni qué hablar del patrón de la estancia “El Dorado”, que de enemigo subrepticio pasó a contrincante público, ofreciéndole una golpiza.

El ministro de Dios se notaba solo, alejado de la mano divina. Con la capital de Misisipi absolutamente cuarteada, rehuyéndole a sus empalagosos sermones. Ni la guerra había logrado dividir las aguas de esa manera. Que una agitadora como Georgia Dickens-Grimm consiguiera eso, era mucho, demasiado… Y que esas guarras de alquiler, fueran las que descerrajaran su desgracia ministerial, era catastrófico. Y él allí, hueco, con su alma encarnizada de violencia sin encontrarle cauce ni calma.

Si se enteraban en los andurriales contiguos, cobraría un descrédito inimaginable. Dejaría de gozar del respeto ajeno. Y si la trapisonda alcanzaba los oídos de los Ancianos, que comandaban la fe y su feligresía a cargo, sería el final.


Observaba a los costados, y no veía nada, o casi nada… En su hijo no podía confiar. Era un lumpen que ni tenía gusto para vestir. Era un sueño, un imposible que el mequetrefe diera un vuelco en su insulsa personalidad, y que de un día para el otro continuara con la dignidad de su labor a la que tanto había dedicado.

Y del sobrino, poco podía esperar. Tarde o temprano, lo ganaría la sucia quintaesencia que contaminaba su linajudo apellido… Era el retoño idéntico de un vagabundo importante, de un jugador empedernido de dados, que la virtud rescatable que tuvo fue la de perecer en un callejón embarrado a manos de prestamistas en un ajuste de cuentas. El infeliz, ni posibilidad a un duelo decente tuvo. Al menos Erik, tenía ambición.


Su propia casa, se encontraba desalmada… El desorden desbordaba las habitaciones, tal como el rencor que lo colmaba. Bastaba traspasar la entrada, y sus dos socios por conveniencia, olvidaban las “caras de situación” y las enseñanzas en el armario, que para lo que solamente servía eran para esconder lo apestoso de sus gabardinas, cuando los bellacos regresaban de profetizar en las madrugadas, según ellos bregaban...

Su impoluta carrera ministerial, había sido insultada y acabada por unas cuantas putas, un condenado siervo y la chusma.

Estaba completamente desbastado, girando en círculos. Hasta se habían atrevido a acusarle de un Torquemada cualquiera, como si desde el estrado del ayuntamiento, se ocupase de una simple caza de brujas…

Debe haber sido el sitio, que también le propició mala suerte ese domingo horrendo, pensó.

En lo que duró el terrible achaque de culpas al prójimo, y en tanto sus dos familiares se desvivían por bufonearse del vecindario y atragantarse con una merienda mal preparada, el reverendo Miller reparó en una idea… Lo de las brujas, en realidad no era tan malo…


Entre tanto transcurría el berenjenal en la capital del estado, en “El Dorado” se desencadenaba el Pandemónium de Esmeralda, el Purgatorio de Michael y el Paraíso Prometido de los Amantes… Íntegramente, y en ese orden, se consumaría un propósito que pondría a prueba a sus protagonistas.


Dentro del cobertizo de las parvas de algodón, los adolescentes abrumados, no querrían haber vivido la situación que pronto padecerían. La primera en abrir el fuego, fue “Piedrecita” indignada:


-“A ver… ¿Qué tienes para decirme…? Habla de una vez… ¡¡No sé qué diablos estoy haciendo contigo, si ya todo está dicho…!!”- Desgañitó, amagando ausentarse de allí.



-“Yo… yo quería decirte que… que estoy muy apenado por lo sucedido, Esmeralda… ¡No lo pude evitar…! ¡¡Lo siento, mi Amor…!!”- Anticipaba el esclavo de sus actos.


-“¡¡Por favor Michael, no me llames Amor…!! ¡¡Olvida que alguna vez fui tal cosa…!! Es evidente que la única que amaba era yo… ¡¡ ¡¡He sido tan boba por creer en tus palabras…!! ¡¡Baahh, mera charlatanería…!!”- Soltó la señorita Dickens, convencida del desamor.



-“¡¡No digas eso , yo siempre te he amado de verdad!!”- Contrapunteó Michael, más seguro de sus sentires, sin importarle lo que sobrevolaba debajo del abominable aguacero iniciado a baja intensidad, si lo parangonaba con el cabreo de la pequeña ama.


-“Sinceramente, no entiendo qué ocurrió contigo Michael… Mejor dicho… ¿qué me ocurrió a mí para dejarme llevar por las cosas que me decías? ¿En qué me equivoqué…?”- Un mea culpa exagerado, hacía la voz femenina del dueto.


-“¡¡Dios, no todo pasa por ti en la vida, niña…!!!”- Arguyó el siervo ya algo molesto. Aborrecía cuando Esmeralda se inculpaba para llamar su atención.


-“¡¡¡No me llames “niña”, Michael…!!! ¡¡¡Ni que fuera una imbécil…!!! ¡¡Ja… claro… lo que ya estuviste acostado con una cualquiera, vienes con esas ínfulas de macho presumido…!!!”- Atribuyó la heredera de la hacienda, arriesgando a una monstruosa discusión.

-“¡¡¡Cierra la boca, que no me estoy vanagloriando, Esmeralda!!! ¡¡Y deja de hablar así de Donna, estás muy equivocada en decir que es una cualquiera…!! ¡¡Ni sabías que existía en tu finca!! ¡¡Tú, desconoces lo que pasa a tu alrededor, entonces estás muy lejos de saber cómo es ella…!! ¡¡No ves más allá de tus narices!!”- Atronó Michael, en conjunto con los incontables truenos que igualmente se hacían escuchar.

La contienda apenas empezaba a sulfurarse.

Como si eso no bastara, la joven prosiguió con su descarga despechada.

-“¡¡¿¿Quéeeee, también la defiendes…??!!”- Indagó. -¡¡No lo puedo creer, la traicionada soy yo y tú te mueres por proteger a tu querida…y…!!!”- Así estallaba Esmeralda Dickens, de enojo y desconsuelo, hundiendo su cara entre los dedos, llorando con una amargura de desahucio.

Luego de ello, prosiguió dándole un remate al asunto que no iba por donde ninguno de los dos había fantaseado. –“Sabes… hay algo en donde tienes razón Michael…”- Aventajó, desconcertando a quien alguna vez fue su amigo: -“¡¡¡SI, ESTOY EQUIVOCADA…!! Es cierto, me equivoqué primero en darte crédito por el supuesto amor que me decías tener… Y en segundo lugar… ¡¡cometí el error de venirme de Chicago, gracias a esa carta que me enviaste hablándome de lo mucho que me extrañabas…!!! ¡¡¡ME ARREPIENTO DE HABER VUELTO, PORQUE TUS PALABRAS ERAN NADA MÁS QUE PATRAñAS!!!”- Espetó sin conmiseración.

A Michael se le cargaron los lagrimales, y unos celos formidables se apoderaron de él.


-“¡¡¡Ya me doy cuenta que lamentas haber regresado…!!! Y si… debes añorar al lechuguino ese que conociste por allá… a ese tal señorito Hathaway…!!!”- Encrespado endosó, fuera de sus cabales.

Todavía en ese estado, una parte de Michael contenía con rigor la realidad que lo había llevado a estar en brazos de la reproductora. Aunque su costado más sombrío, se alistó para confrontar cuando de su enajenada amadora, dijo la siguiente frase:

-“¡¡¡ Santo Dios, y tú qué tienes para criticarle a Pierre?!!! ¡¡Dime!!! ¡¡¡Tampoco lo conoces…!!! ¡¡¡Y no sé cómo te enteraste de él…!! ¿Quién te fue con el cuento…? ”- Aullaba Esmeralda, custodiando al que no tenía nada que ver en el entuerto. –“Él fue tan amable conmigo… ¡¡Todo un caballero…!!”- Rememoró la joven, bajando la voz a nivel de cariñoso recuerdo.

-“¡¡¡¡Aaaah pues bien, así se llama… Pierre!!! Se nota que sientes mucho afecto por el “señorito Pierre Hathaway”…!!! ¡¡¿¿Cómo no enterarme de él???!!! ¡¡¡Además, nadie me vino con cuentos…!!! Se lo oí a mi mamá mencionar… Ella dice que no haces otra cosa más que hablar del sujeto…!!!”- Remarcó, ya montado al lomo de una mordacidad inaguantable, levantando la apuesta verbal a un enfrentamiento mayor.

–“¡¡¡¡ESTOY SEGURO QUE YA TE HABRÁS ANDADO BESUQUEADO CON ÉL, ¿¿VERDAD??!!!!!! ¡¡¡¡POR ESO LO RECUERDAS CON TAAAANTO AFECTO, CHIQUILLA!!!!!!- Enronqueció, enardecido por las suposiciones que rondaban sus remordimientos.

Con un recelo lógico y primigenio brotándole sin remilgos, tapaba su flaqueza y también las órdenes de su amo.

Los celos de figurarse a Esmeralda, siendo cortejada por otro hombre lo encegueció, empero no al linde de arrojarle la verdad a la cara. El haber sido designado novato semental de la siembra por su propio padre, la devastaría. La amaba demasiado como para darse el lujo de ponerla en su contra. De él, jamás saldría esa crudeza. Bastante había lastimado a la pobre al contarle lo acaecido. Que fácil hubiera sido callar antes o hablar en ese instante…


-“¡¡!¿Qué, ahora también escuchas detrás de las paredes??!!!- Acusó, como si ella no lo hubiere hecho. -¡¡¡No puede estar pasando esto…!!!”- Repetía la volcánica mujercita, insistiendo con más ahínco:-“¡¡¡¡¡¡Y no te aventures a decirme “chiquilla”, maldición!!!!!! ¡¡¡ Y no me vengas con un melodrama que no sientes…!!!! ¡¡¡ERES TÚ EL QUE ROMPIÓ NUESTRO PACTO, Y NO YO; ERES TÚ EL QUE SE INVOLUCRÓ CON ESA COCHINA…!!!!!! ¡¡Ni siquiera fuiste capaz de esperarte hasta hoy, Michael!!!! ¡¡¡No… el jovencito no tuvo mejor plan que hacerlo con otra, y no conmigo, cómo tú mismo propusiste!!!! ¡¡¡ERES UN AUTÉNTICO TRAMPOSO!!!- Achacó Esmeralda, insolente y furibunda. -¡¡¡Por lo menos, ten la decencia de reconocer que es a esa a quien deseas… reconoce que la quieres!!!!- En un ahorcado gemido, se unió a la tromba asolando el techo de paja del pequeño depósito. Lo que sería un nido romántico, se transformó en una guarida de bestias liquidándose.

-“¡¡¡PUES SÍIIIII, LO ADMITO ESMERALDA… LA DESEÉ… PERO NO LA AMO!!! ¡¡¡ES INDISCUTIBLE, NO ME PUDE CONTENER CON DONNA, PERO NO LA QUIERO COMO PIENSAS!!! ¡¡¡ELLA ESTÄ FUERA DE MI VIDA!!! ¡¡¡Y A LA QUE DESEO ES A TI!!!!! ¡¡ERES A LA ÚNICA QUE QUIERO, A LA ÚNICA QUE AMOOO!!!”- Confesaba Michael, desoyendo el alias de “tramposo” y viendo la ilusión desbastarse, sin redención probable.

-“¡¡¡FELICITACIONES MICHAEL, LO TUYO ES MUUUY ENCOMIABLE…!!! Solamente era eso lo que quería saber… ¡¡¡QUE LA DESEAS Y QUE ALGUNA VEZ CONSIDERASTE TENERLA EN TU EXISTENCIA!!”- De la boca de su amado, se daba cuenta de lo más profundo del instinto de un muchacho en presencia de otra mujer, de una intrusa... La lujuria superaba al Legítimo Amor. El que alguna vez ellos se juraron, prometiéndose mutuas virtudes…

-“¡¡¡DIOS NOOOO, NO DIJE ESO!!! ¡¡¡SIGUES SIN COMPRENDER NI UNA PALABRA…!!!! ¡¡¡MIRA, CREO QUE ES MEJOR DEJAR LAS COSAS COMO ESTÁN, ESTO HA SIDO SUFICIENTE PARA MÍ…!!! ¡¡ME VOY DE AQUÍ ESMERALDA!!! ¡¡¡OLVÍDALO…!!”- Desinflado expresó el tiranizado por la certeza.

-“¡¡¡ERES UN COBARDE!!- Ametralló ella. ¡¡¡Y DESCUIDA… LA QUE SE VA SOY YO, MICHAEL…!!!”- Envuelta en un nimbo de lágrimas, ella abrió la puerta, pero Michael la contuvo, la tomó por la cintura y tras un: -¡¡¡Ven acá por favor, no te vayas, quédate conmigo…!! ¡¡QUIERO DECIRTE QUE TE AMO HASTA EL INFINITO!!!!- Exponiéndose se desamarró un abanico de besos, que su recibiente predilecta no pudo resistir. Sus labios sabían al ajenjo dulzón, del que exclusivamente beben los inspirados poetas.

En un postrero intento de no caer en esas redes de azúcar, Esmeralda se debilitaba con la cercanía de Michael y con su piel caliente rozando la suya, tan gélida de enojo y estupor, lo empujó por segunda vez en el día, y le impuso detentar juicio. Luego agregó:

-¡¡OOOH, RECÍEN LO ENTIENDO…!!! ¡¡¿¿QUIERES DESFOGARTE CONMIGO ACASO??!! ¡¡¿¿ES ESO, NO??!!- Conjeturó. -¡¡PUES… GRANDIOSO!!! ¡¡¡ADELANTE, ACÁ ESTOY…!!! ¡¡HAZLO DE UNA VEZ Y YA…!!! ¡¡¡VAMOS, HÁZLO… ¿¿QUÉ MÁS DA…??!!!- Conminó suponiendo una negativa en tal caso. Enseguida vio como el muchacho retrocedió replegándose al son de un preocupado: –“¡¡Nooo, así no… de esta forma no…!!!”- Angustiado y aturdido se negó.

-¡¡¡¡HÁZLO!!!!- Fue lo que ensordeció el interior del almacén. Sin embargo, esas cinco letras sellaron un movimiento que él no se esperaba. Michael observó anonadado, como la tierna “Piedrecita” de antaño arrojó su vestimenta, arrancándosela prácticamente. Después, bajó de un tirón las enaguas y las bragas de entredós, mostrándose con la perfecta desnudez de una vestal, salvo por sus calcetas blancas apuntilladas, las guillerminas de los domingos y la alhaja que le daba nombre.

-“¡¡NO TE ATREVERÁS, ESMERLADA, NO TE ATREVERÁS..!!”- Exclamó fuera de sus casillas, enredado por uno de los muslos de la muchacha en sus caderas y con los pechos bamboleándose encima de su humilde camisa, arrugada por unas encrespadas garras que lo arrastraron a un lugar apropiado, tras recalcar poseída:

-“¡¡¡¿¿QUE NOOOO??!!! ¡¡¡¿¡QUE NOOOOO??!!!”-

Sin más, él la desafió:

-“¡¡¡¡EXCELENTE, ERES DIGNA HIJA DE TU PADRE!!!! ¡¡¡ENTONCES, SE HARÁ COMO USTED MANDE, SEÑORITA DICKENS!!!!!”- Cayéndole encima, se dispuso a compensarle el escarmiento que ella pretendía darle.

Por un instante, la novata sintió mucho resquemor; el peso del esclavo, la achicó. Aun así, reanudó la ofensiva. ¿Qué otra cosa peor podía salir…? Nunca se equipararía al mal trance por el que pasaba desde que quiso felicitarle por su cumpleaños número 18, tres cuartos de hora atrás. Él, tenía ganada una lección.

Michael quiso besarla, procurando un cambio en el mal gesto de su combativa virgen. Ella retiró la boca apretujada en obvia señal de indiferencia, por más ganas que tuviera de comerlo a besos.

El mancebo pasó por alto lo tajante del desdén y la escandalosa escalada de agravios. Lo hubiera abandonado todo… Esfumarse de ahí sería lo adecuado, en vez de tener bajo su anatomía a su novia, totalmente desalmada, reduciendo el acto amoroso a un simple trámite en una oficina postal.

Ni una partícula de ella, era lo que antes fue. La irreconocible yacía helada, igual que el caos de la tormenta filtrándose por los ventanucos.

Como no tenía vuelta atrás, él se enderezó sin dejar de mirarle a sus párpados, apartados mirando al vacío. Pese a la inflexibilidad de ese carácter, él se encontraba sumamente excitado… Fue suficiente verla esa tarde soñada, para dejarse llevar por el encendimiento que le generaba. La utopía ideal y la pesadilla desesperante, eran una dentro de sí.

Michael, sufría el embate por la falta incurrida, y era objeto de la ardentía de un aguerrido semental. Su atributo, se remarcaba exuberante en los holgados lienzos que ni parecían ya pantalón.

Rápidamente se libró de los jirones, dejando al aire libre la totalidad de la potestad... La chica aguardaba tumbada en la cavidad del algodón acopiado, arriba de una sábana blanca, tan pura como su flagrante desabrigo arrogado…

De reojo, intuyó que él ya estaba pronto a desflorarla. Instintivamente, se cubrió los senos con una mano y una pequeña porción de su brazo. Con otros dedos, su pubis se escondió de las farolas prendidas del bellísimo criado, mientras sujetaba sus vergüenzas entre los saludables muslos.
Él, al revés de la doncella, ostentaba por reflejo unas desenfadadas y firmes pulgadas…

Pronto intervino en esas piernas cerradas, que antipáticas le mezquinaban aquel apetitoso objetivo. Abriéndolas sin forzarlas, consiguió que la ruda Esmeralda las separara de lado a lado, aunque sin el más mínimo de pasión. Las dejó caer, como si carecieran de energía; la energía que él ansiaba entregarle.

El burlado galán, se bajó enseguida al impenetrable monte, se posicionó en las inmediaciones de su vulva inmaculada, no queriendo explorarla de otros modos… No pudo contemplarla siquiera. Regodearse en cada rincón hubiera sido un magnífico deleite, pero las perversas leyes del azar y de las urgencias, no se lo permitían. Todavía tenía el afán de revertir la penitencia. Reconquistarla, era la meta a obtener…

La chica Dickens estaba más interesada en los juegos de luces y sombras, y en las volteretas de la tela, incluyéndolos a los dos, que en la octava maravilla que tenía en frente.

Entonces, con férrea decisión Michael la accedió con delicadeza. Al menos el intento hizo… El himen, más tenaz que el genio de su poseedora, desafiaba el grosor de su portento… Bastó algo más de ánimo para introducirse en Esmeralda...

No sólo hendió sus pétalos, sino que le desarraigó un alarido lastimero que con dificultad disimularon una seguidilla de tambores de rayos, herrándole a la diana escogida. Más tarde, repetiría el relámpago su tiro.

A la sazón, las uñas de la chica se clavaron en la arqueada cintura de Michael, rasguñándolo acérrima. Un par de rufas gotas sanguíneas, se congeniaron a las otras, regando la pureza de sus florecitas, arrancadas arriba de la sábana ahora manchada…

Solamente así ella recobró los colores y el llanto. De la palidez seca de nieve perenne, pasó a una rojez de tormento, sin gamas intermedias.

El agobio nuevamente la invadía… De haber sabido que “aquello” dolía tanto, no le hubiera exigido madurez a su Michael, ni ella se hubiera dado aires de pedante mujerona. Era demasiado tarde… No podía frenar a un hombre en esas condiciones…

Su mente, no dilucidaba qué era lo que más le daba dolor: si sus entrañas desgarradas, o la desolación del engaño….

Entretanto Michael, y la mitad de su humanidad, se constreñían dentro de “Piedrecita”, que tenía las mejillas más húmedas que su estrechez. La rabieta acontecida le había impedido mojarse… Apenas un poquito de flujo y un virtuoso sangrado, conseguían que el ardor no la desmayase.

Él, recordaba su experiencia anterior, y sin quererlo hacía una odiosa comparación, en donde Donna y la Srta. Dickens, litigaban por ser la mejor de las hembras, la más destacada.

Con la reproductora, la invasión se dio sin obstinación. Su tiesura se deslizó con una desenvoltura asombrosa. En cambio con la heredera de “El Dorado”, observaba una angostura demasiado inquietante… A medida que la acometía, arremetiendo y retrocediendo sin desacoplarse, sentía escozor en la tozudez de su glande, y muchísima más satisfacción que con la Donna.

De proceder pausado y cadencioso, jamás agresivo, Michael fue sumergiéndose en esa rajada concha, que ocultaba las joyas oceánicas que él tanto buscaba.

Subía, bajaba, se expandía en la carnosa galería que se negaba a la fruición total. Esa mujercita en cada incursión, gemía y lloriqueaba mordiendo sus labios, reprimiendo un atroz alarido. Más se estremecía, más se le incrustaba. Un cálculo aritmético inverosímil, los controlaba y nos los soltaba.

Por un momento, se extravió en los ojos de quien se balanceaba ensanchando –soberbiamente- su vagina. Quedó fascinada y bajo trance de esa adorable fiera carnicera en la que su amigo de la infancia, se transformaba segundo tras segundo… ¡¡¡ÉL, TENIA UNA MIRADA…!!! Sí… él adquirió esa mirada de la que Hester Sue hablaba, cuando recordó a Walton en una cuestión semejante…

Esmeralda, no daba más…La zozobra en su deshilachada castidad, era superior que la de cualquier engaño masculino. No sabía cómo detenerlo. Le hacía ver las estrellas, aunque estuviera nublada de rencor.

La lógica se disipaba a continuación de cada cogida… Y lo único que atinó, fue a suplicar un sincero y lozano: -“¡¡¡Me duele mucho…!!! ¡¡¡Ve más despacio “Ciervito de chocolate”, por favor…!!!”- En tanto sostenía el rostro transfigurado del esclavo, que en un bendito intervalo sin zarandearse, volvió de su bravura al angelical de siempre.

Un lamento puntual de ella, lo amedrentó, anclándose a una patria confeccionada de sentimientos, temores y coraje de su nueva entusiasta mujer. Si hasta parecía la de antes… No tenía esa espantosa ira contradictoria, que lo forzaba y lo rechazaba.

Con lo consecuente de su corazón a medio destruir, Michael respondió con espontaneidad: -“¡¡LO LAMENTO, MI AMOR!! ¡¡LO LAMENTO TANTO…!!”- En contados términos, se disculpaba por las penurias asestadas, y por el sufrimiento que los dos estaban transitando.

La boca de Esmeralda, trajo sosiego al calvario de su dulce “Ciervito”, que aún abotonado, tuvo la gallardía de escucharla y contener su voracidad, todavía no desplegada en plenitud.

Así, sus labios se ufanaron en una rapsodia. Y el llanto cautivo, lavó los cachetes de “Piedrecita”.

Acoplándose con lenguas en llamas, que iban y venían, pasaron de la ofuscación al encanto, y de la leve alegría a un exorbitante placer…

Cuando Michael tomó aire y le permitió respirar a Esmeralda, que ya había disminuido su hostilidad a cero, por más que tuviera incrustada a la torre de Babel en su confuso resquicio, se percató de sus pechitos redondos presionándole las tetillas, y tuvo una visión fascinante que lo embrujó.

Dos manzanas de mediano volumen, flotaban infladas ante su inminente contacto… Pero la emocionante particularidad allende sus pezones retozones, como dos confites vivarachos, eran unas fenomenales aréolas tan afines a amapolas, que eran increíblemente bellas, demandando ser probadas a la brevedad…

Con razón su madre y la señora Dickens, se esmeraban tanto en agregar blondas a sus vestidos comprados en el pueblito. Con razón preferían ellas mismas dedicarse a coser las prendas, no dejando que esas rojeces quedaran de manifiesto y a la vista de alguien con tiradores y testosterona.

Encandilado perdió la noción del alrededor, como el pirata que husmea dos monedas cobrizas y se arroja para quedarse con ellas, desestimando incluso un adorno caro emitiendo su luz verdemar…

Él dejó marcharse al último asomo de indulgencia que le restaba, y se prendió de esos globos vanidosos, estremecidos con el tímido achuchar de resuellos dados. Superando eso, dos islas sonrojadas, fueron recorridas por su lengua bordándole cada milímetro…

Con temerarios lametones, procuró sonrisas en el semblante de Esmeralda, desfallecida frente a los indecorosos mimos. Y un sinnúmero de estrujamientos, hicieron de sus bonitas tetas, el suculento cítrico que no se cansó de chupar, hasta notar que su doncella -divinamente deshonrada- lo enlazó con sus piernas embravecidas y lo azuzó, estimulándolo a deslizarse, a revolverse dentro de ella…

La damisela Dickens-Grimm, se oficializaba en una genuina yegua caliente… Fielmente descifraba que de su sometida intimidad, confluían cascadas que aliviaba sus honduras y facilitaban el eficiente empotrar de Michael…

El moreno, ciertamente retomó su creciente vaivén, mientras consentían su espalda con lisonjas y gemidos entrecortados por el ajetreo de la portezuela del almacén, golpeteada por la ventisca. Al traca-traca… traca-traca… se le sumó el tañido de los topetazos corporales…

Así, ella levantaba vuelo. Y él, la ayudó aletear por esa constelación brillante. Una sensación en la boca del estómago, la maravilló… Algo latente, procuraba suceder… Y de repente, de repente un pestañeo la estremeció… El tierno vasallo compañero de vida, se apoyó en sus manos, combó su torso y con una implacable embestida, la clavó hasta el fondo, dándole un viaje por cientos de galaxias placenteras, descargando en su tajo derretido, la inmensidad de la Vía Láctea…

Ellos, conquistaban juntos el Paraíso. Y la gloria de un orgasmo los coronaba aullantes, enmudeciendo el crujido de una diestra centella, asestándole a una saliente en el “El Dorado”, motivando un incendio que se propagó a la alborotada caballeriza. Enseguida, Peter Coltrane y otros, fueron a extinguir el fuego.

Michael, tendido sobre el busto de la adolescente, descansó somnoliento. Se rehusaba a desencajarse de “Piedrecita”, exhausta de placer. Ser llenada por la tibieza de la abundancia, fue inexplicablemente glorioso.

Con sus ojos congestionados, él se incorporó al escuchar claramente las corridas de la gente de la finca. Mucho sucedía en las afueras, mientras se despejaban de los gozos.

Esmeralda vacilante, simplemente con un el calcetín amontonado en el tobillo, con el otro insurrecto a mitad de la pantorrilla, y con las albas ballerinas desabrochadas, quiso también ponerse de pie. Pero un letargo ostentoso, más la tembladera de sus rodillas –como la de una jirafa recién nacida-, la devolvieron desnuda al cojín de nubes inventadas de algodón.

Un poco abochornada, observó a su chico limpiarse unos hilos de sangre, que en red acariciaban su imperio adormecido. Embobada con lo prohibido, cruzó la mirada con la de Michael, que no dejó ni un trozo de su visaje por contemplar.

Entonces él, con los vozarrones del caporal y los ayudantes in crescendo en las inmediaciones, portando su humilde camisa abollada en la mano, se arrimó deprisa a la extasiada, le separó cómodamente los muslos, higienizándole con extrema suavidad los restos de su embadurnada lujuria. Esa actitud, combinación de terneza y sensualidad al por mayor, la puso fuera de combate.

Michael, tuvo que alentarla con fortaleza a pararse. Y en un santiamén, se terminaron de vestir sin dirigirse la palabra. Sólo los suspiros los comunicaban sin chistar.

Planificando la huida, cada cual a su habitualidad, pasado uno de los temporales más descomunales del que evocaran, él le propuso salir primera, ya que se encargaría de desaparecer los indicios de la indecencia. Ella, aceptó gustosa.

Manteniendo su boquita cerrada, con una mueca chocante de sospechoso resentimiento, desfiló hacia la salida como si nada hubiese valido. Entonces Michael, nuevamente la tomó por la retaguardia, y le cuchicheo al oído: -¡¡TE AMO HASTA LA LOCURA, ESMERALDA!! ES UNA PENA QUE HAYAMOS TENIDO TAN CORTO TIEMPO PARA ESTO… SINO TE VOLVERÍA A TOMAR, UNA Y CIEN VECES MÁS…”– Contundente y prometedor reconocía.

Su amada, volteándole la mesa patas para arriba, respondió con brutal franqueza: -“… HAY COSAS QUE NO PUEDO OLVIDAR, MICHAEL… ¡¡ESTO… ESTO QUE PASÓ, JAMÁS VOLVERÁ A PASAR…!! ¡ESTO TERMINA ACÁ…!- Engarzó sin compasión alguna, desentendiéndose de su trigueño amante, sumido en hieles, viéndola alejarse eludiendo la llovizna y a quienes pudieran localizarla.

Con su abúlico caballo, apuntando memorioso en dirección a la hacienda, Junior dejó la juerga dominical. Algo más que la tormenta, lo regresaba de sus beodas desmesuras. Urgido iba al encuentro de un quién sabe qué…

Desmontándose de la soberbia, pese al jaleo del incendio, tuvo la pasividad de aquietar su patanería, y observar detenidamente el panorama. Todos los hombres, excepto el niñato de Michael al que le tenía tirria, se dirigían brindados a la fogata. Y la niña Esmeralda -a hurtadillas- partía del depósito, tambaleándose con una altivez encarecida.

-“¡¡¡CÁSPITAS…!!! ¿Qué hace esa, saliendo como parida, de un lugar que no le es común visitar?- Se preguntó el hijo de Coltrane, que andaba dándole órdenes a los demás mortales, en vez de cooperar.

Atraído y como si olisqueara una cava que esconde un alambique, destilando el estertor de una pisca de preciado bourbon, se atarantó a su interior, donde llenó sus amodorrados sentidos de un aroma fácilmente reconocible… Encontrando entre los trastos algodonosos, tres botoncillos que Esmeralda había perdido aparte de su castidad. Enseguida supuso de qué habían sido testigos privilegiados los cuatro muros de madera.

Sonriendo envidioso, sumaba el primer as para acercarse y dominar a la mocosa, que ni bien lo veía se le ponía la piel de gallina y los pelos de punta. Más tarde, hallaría un poco más lejos a Blosson, caída y con la faldita maltrecha por el agua de la atmósfera encocorada, y unos petalitos estropeados, emulando a su impura dueña henchida…

CONTINUARÁ…

Star InLove





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